
La niña junta los granos mientras baja la escalera. Ha trepado el muro y, caminando por la cornisa, ha llegado al techo. Techo, techo, techo, alcanza la esquina y ahora desciende hacia otro patio. La vecina la mira desde la ventana, es la siesta y no tiene ganas de gritarle que se vaya.
La niña sigue bajando, se arrodilla, junta, guarda. Los granos se funden todos en sus bolsillos, marrón pardo y atigrado que se mueve, que se estira, toma forma y se arrebata. Más granos y más grande se torna el cuerpo, molesta en el bolsillo que es ahora una jaula; se estira la niña y otro grano se esconde bajo una garra. Asombrada mira su brazo, de niña a fiera se cambia. Se encoge sobre sí misma hasta alcanzar el piso y camina, lenta, sensual, mortal sobre sus cuatro patas. La vecina advierte el fenómeno. Se asusta. Quiere gritar y emite un gemido, quiere correr y se queda inmóvil.
El tigre la mira desde el rellano, baja los últimos peldaños y se acerca a la puerta. No ruge, no amenaza. Se inclina hacia adelante y en una mueca, que es más de dolor que de asco, vomita un vestido pequeño y cientos de granos de café, y se marcha.
Poema por Aixa Rava (Los Sitios de mi cuerpo - AñosLuz)
Ilustración por Rocío Varejao